viernes, 1 de septiembre de 2017

Obedecer nunca fue tu fuerte

Hoy, no sé porque, no he tenido mi mejor día. He discutido con Gonzalo, Darío se ha dado un golpe fortísimo, y encima le he dado a otro coche mientras iba marcha atrás… Se podría decir que lo último que necesitaba era un ser peludo y negro, respirándome en el cuello y revolviéndose en el asiento hasta encontrar la postura correcta. Pero en el fondo de mi corazón, eso me habría venido muy bien hoy, hoy era uno de esos días, en los que añoro sentir su hocico respirando en mis pies y saber que hasta el peor de los días, se acaba.

Ya ha pasado un año, Turco, y aun no me he quitado de la cabeza esa mirada de despedida que me dedicabas mientras te decía que te quería, mucho, que me perdonaras y, que todo lo que se hacía a tu alrededor, se hacía por ti. En el fondo de mi corazón sé que es y ha sido lo mejor, que no hubiera soportado verte sufrir u oírte aullar por la noche de dolor. Pero esa mirada sigue clavada en mi retina y en mi pecho, y no parece que vaya a desaparecer.

Y es que lo más seguro es que prolongar tu compañía, solo hubiera supuesto innecesario dolor. Casi no podías andar, casi no comías y apenas tragabas unas gotas de agua. No es así como te recuerdo ahora, no es así como vives en mí… No creo que vuelva a aparecer en este mundo alguien con tu talento para el camelo o tu fidelidad. Formas parte de esta familia desde el momento que subiste las escaleras de la calle Jaén, y parte de mi vida desde aquella fatídica tarde que esquivando una temprana muerte, acabaste en casa “sólo por unos días”.

Hoy hubieras ladrado un par de veces y habrías evitado que Darío, en su ansia por empezar a andar, se hubiera subido donde no podía sujetarse… O pasando por allí, te habrías llevado el grito tú en vez de Gonzalo, y no habríamos entrado en ese bucle de cabreo que ha sido nuestro día. Y al final de la noche, habrías acurrucado tu cuerpo en mis pies, diciéndome que ya había pasado todo, y que mañana sería otro día.

No puedo negar que te echo de menos, pero al menos identifiqué las señales para que no tuvieras que sufrir. No podía permitirlo después de todo lo que me has dado: protección, cariño, compañía, amistad. Aunque lo duro de verdad para mí, ha sido éste verano. Aquella casa no es la misma sin oírte ir a la cocina a beber agua, arrastrarte bajo el sofá cama del salón o respirar en mi lado de la cama. No negaré que el último verano que fuimos juntos, tu y yo nos dimos cuenta que los paseos eran más cortos y entrar a la “Dolce” era un pequeño pero necesario suplicio. Cada rincón del Algarrobico echa de menos tu olisqueo y yo derramé una lágrima por cada segundo que allí pasamos juntos.

Desde que te fuiste, no he vuelto a ser la misma persona. No he cambiado, no quiero decir eso, pero no creo que vuelva a ser el de antes. Muy poca gente puede entender que, para mí, fue la primera pérdida cercana, que para mí no eras una mascota, sino parte de mi manada. De hecho somos ahora una manada porque tú nos lo has enseñado, y ten por seguro que mis hijos así lo sabrán. Por ese motivo, no está en mi cabeza ni en mi voluntad adoptar otro amigo como tú, porque cada vez que miro a tu rincón favorito y pienso en ti, una lágrima de pena y rabia baja por mi mejilla, porque me gustaría haber podido detener el tiempo, aquella tarde lluviosa en tu sitio favorito, “el paraíso de las pompas”, y que hubieras podido explotarlas una y otra vez por toda la eternidad.


Hace un año, las lágrimas no me dejaban ver que no era el único en sufrir. Ysa, y sobre todo Gonzalo, notaron tu partida y no supe estar a la altura, más bien era una carga más. Ya ha pasado un año y han pasado muchas cosas. Conoces a Darío, aunque no pudiste verle la cara… Te habría encantado su sonrisa y lo mucho que se fija en su hermano para todo. Gonzalo ya es un pequeño “adulto” que empieza en el cole de mayores… Lo que habría fardado allí contigo recogiéndole, no lo sabe nadie. Casi tanto como aquella tarde en la que, ya mayor y cansado, le plantaste cara a aquel perro enorme que se marchó al verte cuadrado entre él y el carro de Gonzalo. Ese día presumí de amigo, te dije que te quería y te ordené que no te marcharas nunca. No pudiste hacerme caso. Obedecer nunca fue tu fuerte.

No hay comentarios: