jueves, 19 de agosto de 2010

La culpa es de los padres...

Desde que tengo uso de razón, he tenido la sensación de que me ocultaban cosas. Unas veces artículos materiales para que no los rompiera o porque aun no era momento para dármelos, y otras hechos, encubiertos o endulzados con mentiras, para afrontar mejor la realidad. Un ejemplo claro es lo que pasa en mi familia con algunas relaciones matrimoniales, que en principio nunca pasa nada… pero nada es igual que antes…

No es momento de particularizar ni de especular sobre quien hizo que ni con quien, o sobre el tiempo que esto o lo otro lleva roto… Es tiempo de aprender de los errores de los demás y seguir hacia delante, intentando ser una versión mejorada de lo que te precede, y pensando en las cosas que te han pasado que no quieres que le pasen a nadie más…

Mi abuelo Nicolás (si, primer…) dice que una de las características del pueblo Mochica, es que tenían muchas mujeres (por ese lado no soy muy Mochica…), como se puede comprobar por los restos encontrados junto al Señor de Sipán, y otros diversos ejemplos familiares a los que no voy a hacer referencia. Pero no dice nada sobre las relaciones que tenían entre si, los hijos de las distintas parejas con las otras familias…

Y es que quizás no se dan cuenta de lo mucho que esto afecta a los hijos a nivel de confianza y seguridad. El hecho de que me pasara a mí, siendo ya una persona adulta (más o menos) hizo que lo viera de una manera distinta, enfocando más el problema desde el punto de vista de la soledad que el de la inconciencia… pero no es fácil, no... y mis hermanos y yo, somos los únicos que no tenemos culpa de nada…

En realidad son los hijos, los que menos culpa tienen en todos los problemas de ésta índole, pero son los que primero los sufren, mas que por otra cosa, porque no consiguen entenderlo… “¿es culpa mía?”, “¿Qué he hecho mal?”, y un sinfín de preguntas que no siempre tienen respuesta o que es mejor ocultar…

Por eso tengo la sensación de que es hablando las cosas, mostrándolas como son, como evitamos que la historia se vuelva a repetir; y así, si algún día ocultamos algo, que sea porque lo que queremos es que no encuentren los regalos antes de Navidad o reyes, y no ocultar verdades que, cuando salgan a la luz, parecerán más sucias y envejecidas de cómo eran en realidad…

No, si al final va a ser verdad eso que dicen de que la culpa es de los padres…

martes, 17 de agosto de 2010

A la Minka...

Aun no me acostumbro a regresar a mi rutina. Me cuesta coger un taxi y no preguntarle lo que cobra en ir a tal o cual sitio; ni que en los autobuses (de todos los tamaños y con todos los años del mundo) un tío te grite la ruta que va a seguir y lo cerca que te deja de tu destino… No es lo mismo, aunque solo sea en el aspecto romántico del asunto, ya que en la práctica es un auténtico desastre, pero es mi desastre…

Ir en coche por el centro de Lima es una hazaña superable sólo por unos pocos elegidos (entre los que me encuentro), pero es increíble la cantidad de cosas que puedes comprar en un semáforo en rojo: desde bebidas y galletas, hasta fundas de traje, mapas del Perú en DIN A2, rascadores, libros pirateados, etc.…

Han pasado sólo un par de días, pero tengo grabado en la retina la sonrisa que Ysa tenía plantada en la cara ante las ruinas de Machu Picchu o en las de Pisaq; en un puente de celosía o cruzando el Huallaga en Tarapoto, frente a los pingüinos en las Islas Ballesta o en las dunas del desierto de Paracas. Ahora sólo me quedan los recuerdos (tengo una maleta llena de ellos), pero a veces no es suficiente…

Los días pasan y, poco a poco, entras de lleno en la rutina. Tomas el autobús para ir a trabajar, se te acumulan los problemas en el negocio y te cuesta dormir por las noches… dicen que todo se pasa; pero, cuando consigo dormir un poco, me seco las lágrimas recordando lo que acabo de soñar: Ysa, dentro de una combi, gritando “A la Minka, a la Minka… Sube, sube…”