jueves, 1 de septiembre de 2016

Adiós "Tuco"

En el fondo sé que estoy haciendo lo correcto, mi mejor amigo no se merece terminar sus días débil, triste y apagando su luz a velocidad de vértigo… No. Su instinto le hace débilmente levantar la cabeza, desentumecer los músculos y forzosamente ponerse de pie… La comida siempre ha sido su perdición, y ya no le interesaba lo más mínimo…
Hasta aquel verano, nunca le había visto de esa manera, correr de un lado a otro, saltar enormes distancias entre las terrazas de “El Algarrobico” y olisquear cada centímetro de la que, desde ese momento, ya sería su casa. Ysa y yo no tuvimos dudas al respecto, sabíamos que le iba a encantar. Lo que no sabíamos era que haría el lugar tan suyo, que a día de hoy, seguro que las palmeras tienen las hojas más bajas, el pez pierde color y el levante se marcha disgustado para que el mar apacible le llame a darse un baño por última vez…
Nunca le importó hacer más de 600 Km cada temporada de vacaciones para estar tiempo con nosotros, ni en un Skôda, ni en un Laguna, lo único que le importaba era buscar la sombra hasta llegar a casa… Tampoco quedarse en el coche a la sombra para que el imbécil que escribe, pudiera entrar a comprar en un supermercado inglés… O quedarse fuera en un restaurante esperando a que saliéramos, porque en su cabeza (y por suerte también en la nuestra), siempre salíamos. Os aseguro que los viajes en coche no volverán a ser los mismos: Gonzalo no estirará la mano y le dirá que debe ir sentado, ni él cerrará los ojos asegurándose que el enano ya lo había hecho…
Pero lo más duro será volver a casa después de algún partido o concierto. Las cenas no volverán a ser las mismas, ni los ratitos de tele dormitando en el sofá sintiendo su aliento al lado (y en invierno su calor bajo los pies). Si salgo tarde, volveré a cenar solo (como con 20 años al volver de fiesta o de trabajar en Telepizza), nadie se tumbará debajo de la mesa a esperar que mi torpeza le diera un poco de lo que se había acostumbrado a no pedir, ni se levantará de un brinco para acompañarme a la cocina a ver si le daba lo que había sobrado en el plato y le alegrara el pienso. Quizás de momento la única solución sea llegar a casa cenado y subir a la cama para huir de los recuerdos, aunque sea imposible no mirar a sus lugares favoritos en casa y buscarle inútilmente…
El carácter de Gonzalo es una mezcla de varias cosas, todas ellas importantísimas: la primera es la inteligencia de su madre y su forma de afrontar los problemas que le hacen tomar las decisiones correctas ante la adversidad. La segunda es la sensibilidad de su padre y su pasión por la música y la inmediatez de los deseos. Pero la que me importa es la tercera, la capacidad de compartir, de empatizar y de mostrar cariño que ha aprendido de Turco. No dudo que su hermano lo aprenderá también, que los tres que quedamos en casa nos repartiremos ese trabajo… Sólo espero que Gonzalo, si algún día pasa a formar parte de los locos que compartimos la vida con un amigo canino, recuerde a modo de flashes a este labrador negro que le enseñó tanto y que no será capaz de recordar del todo…
Hace mucho dije que le contaría a Gonzalo la historia de Nala, aun espero el momento adecuado. Mi tarea aumentará ahora que tengo que contarle la historia de Turco…
Siempre que me preguntan, cuento que fue en 2002 cuando llegó a pasar unos días a casa hasta encontrarle dueño, que el desalmado que lo compró, quería darle un estropajo frito para que le reventaran las tripas, y que mi hermano Jose le rescató. Efectivamente días después encontró dueño, un servidor, y después de tener 11 cachorros con Nala, destruir una puerta o escaparse a dar vueltas por un portal, nos acompañó a Ysa y a mí a nuestra aventura de vida en común, y nunca más nos dejó. De un cuarto sin ascensor que subía y bajaba con más alegría que sus dueños, donde vivió como un rey y descubrió “El paraíso de las pompas”, pasando por conocer su segundo hogar en Almería, donde nunca pensó pudiera llegar, a la casa que compramos en La Elipa donde se encontró la mayor sorpresa de su vida: Gonzalo y su nueva situación familiar… Y cuando ya se había acostumbrado a él, vamos y le damos un hermano…

Supo sobreponerse a todo, así ha sido su vida, ya sólo le quedaba preparar su retiro y empezar a descansar, a dejar que sean otros los que ladren reclamando territorio, a pasear distancias cada vez más cortas o a luchar con las malditas escaleras que le han acompañado más de la mitad de su vida. Hace unos días nos dimos cuenta que ya no podía más, que su llama se iba apagando poco a poco... Por suerte tiene el mejor veterinario del mundo y nos confirmó que no se podía hacer más. Ya solo quedaba convencernos y tomar la decisión correcta para que no sufra. Siempre he dicho que quería para él lo mismo que para mí, y es lo que va a tener y será mi cara lo último que vea, para llevarse con él mi recuerdo y mi amor eterno (y seguro que litros y litros de lágrimas). Tal vez luego ya no tenga fuerzas de escribir, pero no quería dejar de recordar cada instante de lo que ya es suyo…

Las personas que han pasado por eso, me dicen que tengo que pensar en la buena vida que le he dado, en lo mucho que le he querido y en los momentos que hemos compartido, que seguramente será lo que más recordemos. A mi ahora solo me viene a la cabeza el momento que llevo soñando 2 noches, mirarle a los ojos y decirle adiós a tu mejor amigo. Nunca fui muy valiente, y sé que hoy debo serlo; es solo que a veces me gustaría no pertenecer a ese grupo de personas que tienen que pasar por eso. Solo quiero que, cuando Gonzalo me pregunte por él, tenga la entereza de decirle que Turco se fue a jugar con Schatz, Bauschan, Nala, Noa y el resto de sus cachorros, que ya no va a venir a casa porque allí está mejor… Hasta que mi niño, sin comprenderlo del todo y para ahorrarle dolor, mire al rincón bajo el espejo, junto a la escalera, y diga mientras mueve el brazo: “Adiós Tuco”.