lunes, 15 de octubre de 2012

Sólo se me ocurren números de 3 cifras...


Creo que nunca he contado la historia, tampoco se si me dará para recordar cada pequeño detalle, pero hay algo que es seguro: no cambiaría ni un solo momento de la primera vez que la vi…

El instituto no tuvo precisamente cosas buenas, aunque allí conocí a mis mejores amigos, no siempre iba todo sobre ruedas. Vale que la reputación de mi apellido precediera todo aquello que se me ocurría hacer, pero nunca fue tan fiero el lobo como lo pintaban… Mis amigos no se encontraban entre los más populares del instituto, de hecho acababa de perder a unos pocos porque con esa edad, prima más el sentimiento hormonal que el de amistad, así que estaba dispuesto a empezar de cero…

Era el final de curso, la época de exámenes… había pasado por eso ya tantas veces que el agobio y la presión no me afectaban (total, menos nota ya no podía sacar…). Me iba a tocar repetir, seguro, y dejaría a mis amigos avanzar y me quedaría atrás… Tampoco estaba mal del todo, a medida que conoces a las personas y creces, te das cuenta quien vale la pena y quien no… Una amiga de un curso anterior, salió llorando de clase porque le había salido mal un examen (seguramente, algo tan grave como un 5, quizás un 6…). Entonces la vi. Hacía el mismo gesto que hace ahora cuando le parece que estás exagerando pero no te lo puede decir: aprieta los labios, mira fijamente y luego desvía los ojos… y aun así se muestra comprensiva y paciente… muy paciente.

Nunca me había fijado en la chica de pelo corto con la que iba mi hermano a clase, la misma con la que compartíamos amigos en común. Error. Grave error. Creo que fue la primera vez en mi vida que me quedé sin aliento. Llevaba una sudadera blanca vaqueros, zapatillas y unos pendientes largos… Sobre todo recuerdo los pendientes, la forma de colocárselos mientras se ponía de cuclillas para consolar a su amiga. No me miró, ni siquiera hizo un amago. Yo tampoco me atreví siquiera a preguntar su nombre.

Esperé verla en los exámenes de Septiembre, pero aun no sabía de quien estábamos hablando. Esos eran mis dominios, pero para ella un terreno desconocido al ser casi siempre de las primeras de la clase. Ya si que no tenía nada que hacer… Bueno, a eso estaba ya más que acostumbrado…

Pasaron muchas cosas ese verano, pero el destino nos tenía preparado algo mejor. Septiembre me trajo de nuevo al instituto y allí estaba; no solo en mi clase, sino sonriendo en el pupitre de al lado, mi princesa. Haría lo que fuera por conseguirla.

Han pasado poco más de 12 años de esa promesa y exactamente 12 de nuestro primer beso. Una historia forjada a base de comprensión, cariño y paciencia: toneladas de paciencia que parece que no se te gastan nunca, a pesar de mi insistencia. 12 años en los que hemos empezado una vida en pareja que llevamos a su apogeo con la reciente compra de nuestra casa. Seguro que sin tu ayuda, aun seguiría en ese maldito instituto, maldiciendo mi suerte y de pie, en la puerta de clase, viendo a alguien llorar sin que nadie haga nada, y condenado a sentarme solo en mi pupitre, esperando a que llegues a rescatarme…

Gracias por 12 años maravillosos. Lo razonable sería desear que tengamos, al menos, 12 años más; pero a mi sólo se me ocurren números de 3 cifras…

Te quiero princesa.