viernes, 13 de enero de 2017

Ahora sé que mi futuro mejora por momentos.

A veces no nos damos cuenta de las cosas por la distracción de otras que, a pesar de su apariencia, no son suficientemente importantes. Lo fácil sería ignorarlas e intentar seguir adelante con todo, pero me da la sensación que ésta vez no va a poder ser así.

Ayer prometí a Ysa por enésima vez algo que lamentablemente es ya recurrente en nuestras conversaciones. Ésta vez lo hice un poco más en serio y con el corazón en la mano: mis hijos lo son todo para mi y jamás les pondré en la situación en la que llevo ya 23 años. No quiero decir que no les deje vivir su vida, sólo que con mis acciones no les “ayudaré” a empeorarla. Y es que, a pesar de todo, la vida sigue; en este caso empieza. Si os habéis fijado, un poco más arriba, dice “mis hijos”; eso es porque el último regalo de 2016, fue mi pequeño Darío.

Nada nos hacia sospechar que ese sería el día, ni muchísimo menos. Llevábamos un par de días con molestias, pero nada que reseñar. Aquella mañana, después de la visita al parque que Gonzalo hizo con su prima, decidimos que era momento de ir al hospital. No hizo falta insistir, mi hermano Jose se plantó en casa en menos de media hora y se quedó con un Gonzalo que echaba aun la siesta sin saber que sus padres estaban a punto de empezar una nueva aventura en el que él sería una pieza imprescindible...

Falsa alarma. Si, teníamos contracciones... y si, empezaba el trabajo de parto, pero aun era pronto para ingresarnos, así que nos mandaron para casa. Decidimos que Gonzalo pasaría la noche con sus abuelos y nos prepararnos para lo que seguro sería una larga noche... Hace mucho tiempo, cuando pensaba viajar al día siguiente, pasaba la noche casi en vela, preparando maletas y cosas porque ya descansaría en el avión. Pues mi intención era la misma, una película, una cena, series y al hospital de madrugada. Sólo pude cumplir la última parte (si es que ya no mando nada), cenamos pronto y nos fuimos a la cama.

El dolor se hizo intenso y a eso de las 3:30 nos preparamos para ir al hospital. Cogimos un Uber y nos plantamos en la maternidad de O`Donnell. La sensación fue de tranquilidad y total control de la situación, no como la primera vez. No es que fuera más confiado, es que no me pillaba nada de sorpresa. Aún así, sentía el gusanillo en el estómago y los nervios que vienen cuando esperas algo con muchas ganas...

A las 4:00 llegamos y a las 4:20 ya nos dijeron que nos quedábamos, pero ésta vez íbamos directamente a la sala de partos. Eso trastocaba mis planes... ¿No habría paseos, ni duchas calientes ni saltos en la bola gigante? Pues no, ya no eras un joven a punto de tener su primer hijo, eres un padre responsable a punto de tener el segundo y se acabaron los juegos. Yo creo que fue el pensamiento compartido por la mayoría de los que allí pernoctábamos, porque todos confiaban en que Ysa y yo sabíamos exactamente que hacer en todo momento, y no se si era estrictamente así o teníamos una idea de por donde iban los tiros...A diferencia de la vez anterior, me sorprendió muy positivamente el personal médico que nos atendió esta vez en ambos turnos. Fueron amables, cariñosos, cercanos y muy profesionales; algo que no es habitual y que te transmite tranquilidad en un momento tan delicado y vulnerable para los padres.

Al poco tiempo de acomodarnos, apareció mi hermano Edu. Estaba emocionado, contento y así me lo transmitió. Habría que tener en cuenta que eran las 5:30 de la mañana y estaba seguro volviendo a casa y se enteró de camino, pero verle tan emocionado me hizo darme cuenta que era un momento importante para mi, pero también para los que me rodean. No le agradecí lo suficiente el hecho de estar, pero él sabe que siempre tendrá un lugar especial en la historia de Darío. Pocos minutos después que Edu, y también emocionado, mi hermano Nacho: alguien que no ha faltado a ninguna de las 2 citas con la maternidad que hemos vivido hasta ahora; había salido a hurtadillas de la cama, dejando a Jara adormilada preguntándose “¿Qué diantres hace y donde irá si en un rato nos vamos a la sierra a pasar la nochevieja?”. Me imagino la cara de la pobre al ver que lo que hacía era ir a verme el hospital... Darío no estaba dispuesto aun a nacer y me parecía innecesario tenerles esperando y luego no poder hacerles mucho caso, así que les mandé para casa.

Ya sólo quedábamos 2/3 de la manada, el momento se acercaba, y la epidural hizo su magia. Aún nos quedaba un ratillo, y ya no pudimos conciliar el sueño. Cuando todo estaba listo, los fantasmas del pasado me rondaron y esperaba el momento en el que me iban a echar fuera de la sala. Nada más lejos. Ahí estuve, todo el tiempo, vi salir la cabeza, con su vuelta de cordón, los hombros, el resto del cuerpo... Pero sólo podía pensar en la maravilla que acababa de ocurrir y en la suerte que tengo de compartir la vida con una mujer tan valiente y que es capaz de hacer cosas como estas. No es que cambiara mi concepto de ella, es que ahora valoro más cada decisión que toma en algunos momentos y lo excepcional de sus acciones bajo presión. Esta claro que esa determinación es cosa solo de mujeres, y valoro mucho a quienes han tenido o piensan tener hijos.

Y así llegó al mundo, tardó en llorar, pero fue una melodía que aun no me puedo quitar de la cabeza, fue grande como su hermano, pero con diferente luz y la misma armonía. No me importó que fueran las 11:20 de la mañana del 31 de Diciembre de 2016, tampoco que me tocara tomar las uvas en el hospital ni que se esfumaran cábalas de días de baja que al estar en paro no disfrutaría. Fue esa mirada de nuevo, esa pequeña mano sujetándome otra vez, haciéndome revivir la historia que me empezó a cambiar, y ha hecho de mi lo que soy ahora.

Quizás por eso, porque ahora soy padre, veo las cosas de otra manera. Quizás sea exceso de celo en lo que quiero para mis hijos (sobre todo lo que no quiero) o intento hacer prácticas las situaciones que a simple vista no lo son tanto. Quizás esté equivocando o simplemente no soy capaz de ver la necesidad de seguir insistiendo en lo mismo... o quizás es solo que en mi cabeza, vuelvo a mirar en la cuna a mi hermano Edu, llorando sin motivo. Veo en los ojos de Jose la misma mirada que ahora veo en Gonzalo y me da rabia pensar que algún día mis acciones puedan siquiera separarlos por un segundo. Me da miedo que no se comprendan y que por mi culpa se vean enfrentados. Porque cuando Edu dejó de llorar, miré a Jose y sentimos que éramos uno más. Lo mismo cuando nacieron mis hermanas, siempre hemos sido todos parte de un único todo. Gonzalo y Darío son ese todo ahora, y no me gustaría que de aquí, a casi 40 años, paguen los platos rotos de malas decisiones mías o de su madre. Porque solo hay algo peor que equivocarse. Repetirlo. No puedo arreglar el pasado, pero no pensaré mas en ello. Ahora sé que mi futuro mejora por momentos.