domingo, 9 de octubre de 2022

A ver donde estoy dentro de otros 2 años

 Hace 2 años, en mitad de una pandemia mundial, empecé una nueva aventura. Después de media vida dedicado a gestionar eventos, y tras decidir cambiar de camino, me surgió la oportunidad de trabajar en un almacén: "¿como mozo?", me dijeron algunos, ¿Seguro?… 

Si, empecé desde abajo, como se cuentan las grandes gestas. Siendo sincero, no era un sitio cualquiera, pero el nombre tuvo que ver en la decisión... con la de veces que había comprado, y ahora vería sus tripas: #Amazon iba a ser mi siguiente aventura y, aunque me lo planteé como algo que duraría poco, nunca me he alegrado tanto de estar equivocado. Tenía muchas cosas en contra: el esfuerzo físico diario a pesar de mi diabetes, el horario que incluían fines de semana, y tampoco es que lo tuviera al lado de casa… pero en esa época había poco donde elegir, y necesitaba cambiar de actividad… Fueron 9 meses duros, sobre todo por la sensación de no saber si al diosa fortuna te permitiría seguir una semana mas... nunca me había despedido tantas veces de la misma gente, y todavía me emociono cuando recuerdo lo bien que me sentaba por la mañana el correo de renovación, después de otra noche donde las lágrimas me acompañaban hasta quedarme dormido. Sinceramente parecía más un reality que una competición de méritos. Vi marcharse gente muy válida, y eso menguaba mi autoestima y hacía crecer la angustia y la incertidumbre. Ya estábamos en ese punto de conocer, comprender y disfrutar lo suficiente del trabajo, como para echarlo de menos si te tocaba ya no volver...

Hasta que un día, por fin, una de las tantas solicitudes de conversión a las que había aplicado, salió a mi favor. Era más lejos de casa, pero era el soñado "Blue Badge". Llevaba tantos años trabajando, dejándome la piel, innovando, implicándome y dando lo mejor de mi; y era la primera vez que tenía un contrato indefinido, encima en una de las empresas mas importantes del mundo. No me lo podía creer. Después de una de las peores rachas que me había tocado pasar, se veía una luz al final del túnel.

Nuevo almacén, nuevos compañeros, nueva forma de trabajar y muchas nuevas responsabilidades, pero el mismo espíritu y la misma convicción que me llevó hasta allí. Me probé de nuevo en roles de responsabilidad y empecé mi camino hacia el lugar que creía me correspondía. Siempre tuve esa sensación trabajando, que puedo hacer un poco más, que tenia capacidad y talento para hacerlo, y así conseguí hacerlo en muchos sitios antes. Conocí (y perdí) mucha gente que me ayudó en el proceso, con la que compartí risas, momentos buenos y muchos malos; pero así son las familias. Esa gente sacó lo mejor de mi, creyó en mi, y me hizo saber que tenía lo necesario para crecer... y así fue…


Habían pasado 11 meses desde mi llegada a Alcalá de Henares y había aprendido mucho y bien. Tanto que un Manager de Uk, me eligió para ser DSL. No lo pude creer. En la primera entrevista, pensé que quedaba claro que no obtendría el puesto. La noticia de mi segunda entrevista me pilló a desprevenido y, aunque fue muy bien, el “descartado” del día siguiente en la intranet, hizo que me fuera olvidando de ello poco a poco… algo debió ver en mi, algo debí hacer bien, porque a pesar de no haberme preparado las entrevistas como se debe, me ofreció la oportunidad de entrar en mi actual equipo. 

Este es un equipo donde tenemos las herramientas, el conocimiento y la independencia suficiente para gestionar solicitudes de clientes en la "last mile" de #Amazon, la que marca la diferencia con otras empresas. Donde ese punto de brillantez que da la cultura del "Customer obsession" se hace más presente e imprescindible. Y aquí es donde estoy ahora. Este es ahora mi sitio.

 

Hace 2 años, salía de una de las épocas más oscuras de mi vida, había transitado por un lugar que no deseo que nadie, ni quienes me llevaron allí, tengan que transitar, y mucho menos solo. Hace 2 años, no podía averiguar que necesitaba, porque ni yo mismo lo sabía. Hace 2 años entré en esta empresa, como una forma de escapar de lo que me rodeaba y de lo que había sido, para 2 años después haberme encontrado con lo que siempre fui y que había olvidado.


2 años, mis primeros 2 años en #Amazon. Tiempo suficiente para muchas historias, para días malos y buenos, para darme cuenta que aun hay sitios donde se valora el esfuerzo, la dedicación y, sobre todo la adaptabilidad a la metodología de trabajo. Aún me recuerdo sentado en un banco, en mitad del almacén, probándome unas botas incomodísimas en mi primer día. Ahí empezó mi gesta. Que diferencia ahora, en el despacho que comparto con mis compañeros, con las 2 pantallas de mi Gringott encendidas y que a veces me resultan insuficientes…

Lo mejor de todo es que he aprendido algo muy importante: tengo mucha suerte con la gente que sigue a mi lado, a pesar de todo, porque me apoyan incondicionalmente; he disfrutado del camino, con sus subidas y bajadas, y sé que aún no es el final. 

Ahora toca seguir aprendiendo y creciendo a mi ritmo. Porque voy a seguir haciéndolo. Que no quepa duda. 


Veamos que sorpresas vienen ahora. 


A ver donde estoy dentro de otros 2 años.




sábado, 9 de marzo de 2019

No hacía falta cubrirlo con un velo...

Hay demasiadas cosas que me hacen dudar cuando me pongo a pensar en escribir acerca de mí. Para empezar, no sé muy bien qué decir, porque a veces me da la sensación de que no me conozco del todo, y por eso no soy capaz de quererme lo suficiente para intentar conocerme siquiera. Es duro porque, con 40 años, llevo meses viviendo con un desconocido, al que casi le estoy cogiendo mas pena que cariño…

Y es que había construido mi vida en torno a la ridícula sensación de bienestar que me creaba haber dejado atrás aquello que me hacía daño, simplemente cubriéndolo con un velo que me impedía verlo, y dejando sobre ello miles de días hasta haber creído olvidarlo del todo. Pero un simple gesto, lo dejaba al descubierto, o a veces el velo no era lo suficientemente tupido, y un poco de viento me volvía a poner delante de las situaciones que nunca supe gestionar, y que han marcado mi existencia.

Para empezar por lo primero que recuerdo, fue la sensación de sentirme extraño en un sitio al que no pertenecía, donde no era nadie y donde era fácil hacerme sentir menos. Siempre he dicho que los niños eran crueles, y es precisamente por esa etapa de mi vida. Sólo hace 2 días que caí en la cuenta de que aquello nunca me ha dejado y me ha marcado. Sentí pavor cuando lo vi en la piel de uno de mis hijos. Juro que habría despedazado a cualquiera que le hubiera hecho daño, al que siquiera le hubiera mirado mal… Pero era un reflejo de lo que yo había sentido en su momento. Dolor, incomprensión, pero sobre todo miedo. Un miedo que no se va hasta hoy. Sobreponerme a ello, darle cariño y consejo a mi niño, me hizo darme cuenta de lo mucho que yo lo habría necesitado. Quizás todo hubiera sido distinto en mi vida si no lo hubiera permitido. Ahora solo me queda cerrar esa etapa de mi vida e intentar que mis chicos vivan mejor la suya. Es seguro que hará que ellos se quieran más. Que yo les quiera más es imposible.

El miedo de aquella época se tradujo en inseguridad. Nunca, y digo bien, nunca, fui capaz de decirle a una chica que me gustaba desde aquel campamento de verano unos años después. Esa risa aun resuena en mi cabeza, ese rechazo se ha quedado marcado en mis entrañas. Ni siquiera era mi tipo de chica, era la amiga de turno, que se deshacía en gestos de cariño hacia mí, pero supongo que como parte de un ritual dirigido a uno de mis amigos. Y vaya si lo sufrí. Fue la primera vez que utilicé el alcohol para pasar un mal trago y desde entonces ya no me sabe igual. Hace poco volví a sentir la burla y el dolor de entonces, en otro ámbito de mi vida. Volví a sentirme la marioneta de un plan más elaborado que ha acabado con uno de mis sueños, y en mi cabeza resuenan las risas de quienes lo celebran. Perdonar me va a costar, pero esa chica no tuvo la culpa de las malas decisiones que he tomado desde entonces. Quizás sí de que apague las penas con alcohol, aunque en eso, he mejorado: pasé del licor 43 con vainilla al Tequila reposado con limón sin gas…

Aun así, las personas que sentimentalmente han estado en mi vida en algún momento lo han hecho sin las palabras “quieres salir conmigo” o cualquier otra de sus variantes más mundanas. Y en parte me parecieron todas reales por como empezaron: una mirada, una caricia, un beso. Por eso en mi cabeza la “ella” de turno sólo podía ser la definitiva. Siempre había sido así. Nunca he sabido ni sé vivir el momento, pues planeo cada una de las situaciones pensando que la otra persona siente o piensa lo mismo. Siempre varios pasos por delante del ahora. Debí darme cuenta de que, en todos los casos, éramos personas distintas, con conceptos distintos de todo, distintas realidades y distintas vidas. Que si hicieron lo que hicieron conmigo fue porque podían y porque yo se lo permitía. Y no podré seguir adelante sin darme cuenta de que, si me engañaron, me dejaron o me olvidaron no fue por una maldad innata: fue porque eran personas libres y podían hacerlo. La culpa fue sólo mía por no aprender y darle ahora a todo una magnitud que no tiene. Por no saber medir y por no tener medida. Ni siquiera calculé el daño que yo mismo era capaz de hacer y eso me hace pensar que tengo exactamente lo que merezco. No todo fue malo, desde luego, y ni siquiera fui capaz de gestionar bien cuando llegó el amor de verdad. Supongo que reconocerlo y dar el paso fue uno de los momentos más duros de mi vida. Pero los cuentos solo acaban cuando los dejas de escribir. Y a mi me gusta escribir, aunque a veces duela.

Quizás por eso me sentía siempre bien rodeado de gente, cuantos más mejor. Tengo amigos, sí, aunque en realidad menos de los que creía. Y ahora que vienen mal dadas, me he dado cuenta de lo solo que estoy. No me quejo. Cuando se hunde una melé, los primeros que se sueltan son los terceras, los segundas caen intentando empujar y el pilier más débil se suelta para seguir de pie. Sueles acabar con la cabeza en el barro, sujeto a un compañero o a ninguno, con las cabezas de tus rivales apretando y sin posibilidad alguna de avanzar. A veces imagino que soy yo el del barro, y otras veces pienso que me solté y aun así no pude seguir de pie. Tengo que elegir mejor con quien me juego el siguiente envite, y conseguir al menos seguir de pie después del siguiente golpe. Porque eso es vivir: solucionar un problema tras otro.

Pero rodearse de gente no siempre es bueno. Sobre todo, si te pasa como a mí, que confías más de lo debido. A este momento de mi vida lo llamo “dependencia”: dependía de sentirme querido, de sentirme valorado y de “no ser” en vez de “ser”. Nunca calculé el precio de exponer mi vida a los demás, ya que nunca he utilizado ese tipo de información ajena. No podía imaginar que ser transparente me acabara trayendo problemas. Con la información das poder, a veces a quien solo finge entenderte, y a veces indirectamente a quien no te quiere bien. Dicen que la profesión mas antigua del mundo tuvo un hijo, y es el cotilleo. Malinterpretar las palabras o los hechos no es importante, lo grave es hacerlo malintencionadamente y con un fin. De nuevo no supe medir las consecuencias ni parar a tiempo. Los demás no son responsables: pues cada uno es libre de hacer lo que quiera con sus vidas y con la información que les llega. Vuelve a ser, de nuevo, error mío.

Pero no todo es malo, y si hay algo que me gusta del tipo con el que vivo ahora, es que sus hijos son lo primero. No puedo calcular lo que sería capaz de hacer por ellos, pero si de lo que ellos le hacen: calman sus peores días y llenan su pecho de orgullo (y sus ojos de lágrimas) entonando una frase del “All you need is love”. Con ellos el tiempo pasa de otra manera y olvida casi todo lo malo. Es difícil para alguien así no preguntarse el por qué de las cosas, pero va aprendiendo poco a poco a dejar que todos sean libres, incluso él. Supongo que eso da mucho vértigo darse cuenta de lo inútil que es el velo, de que hay tiempo para solucionar las cosas, pero no mucho, y que es mejor sufrir y aprender que dejarlo todo atrás sin resolver.

El plan de Leiva, de salir corriendo hasta que todo se arregle, tiene lagunas. Quizás sea momento de despertar e ir reparando las faltas una a una, de atrás a adelante. Porque por mucho que no nos demos cuenta, siempre habrá una brisa o un huracán que dejará al descubierto aquello que creímos olvidar. Entonces más vale tener una solución o volveremos a ese rincón del patio de colegio, donde ni las lágrimas de un niño que hablaba raro, ni las súplicas de quien sentía lástima, fueron capaces de parar los abusos ni los incontables golpes. Se pudo arreglar entonces. Se puede arreglar ahora.
No hacía falta cubrirlo con un velo...

viernes, 1 de septiembre de 2017

Obedecer nunca fue tu fuerte

Hoy, no sé porque, no he tenido mi mejor día. He discutido con Gonzalo, Darío se ha dado un golpe fortísimo, y encima le he dado a otro coche mientras iba marcha atrás… Se podría decir que lo último que necesitaba era un ser peludo y negro, respirándome en el cuello y revolviéndose en el asiento hasta encontrar la postura correcta. Pero en el fondo de mi corazón, eso me habría venido muy bien hoy, hoy era uno de esos días, en los que añoro sentir su hocico respirando en mis pies y saber que hasta el peor de los días, se acaba.

Ya ha pasado un año, Turco, y aun no me he quitado de la cabeza esa mirada de despedida que me dedicabas mientras te decía que te quería, mucho, que me perdonaras y, que todo lo que se hacía a tu alrededor, se hacía por ti. En el fondo de mi corazón sé que es y ha sido lo mejor, que no hubiera soportado verte sufrir u oírte aullar por la noche de dolor. Pero esa mirada sigue clavada en mi retina y en mi pecho, y no parece que vaya a desaparecer.

Y es que lo más seguro es que prolongar tu compañía, solo hubiera supuesto innecesario dolor. Casi no podías andar, casi no comías y apenas tragabas unas gotas de agua. No es así como te recuerdo ahora, no es así como vives en mí… No creo que vuelva a aparecer en este mundo alguien con tu talento para el camelo o tu fidelidad. Formas parte de esta familia desde el momento que subiste las escaleras de la calle Jaén, y parte de mi vida desde aquella fatídica tarde que esquivando una temprana muerte, acabaste en casa “sólo por unos días”.

Hoy hubieras ladrado un par de veces y habrías evitado que Darío, en su ansia por empezar a andar, se hubiera subido donde no podía sujetarse… O pasando por allí, te habrías llevado el grito tú en vez de Gonzalo, y no habríamos entrado en ese bucle de cabreo que ha sido nuestro día. Y al final de la noche, habrías acurrucado tu cuerpo en mis pies, diciéndome que ya había pasado todo, y que mañana sería otro día.

No puedo negar que te echo de menos, pero al menos identifiqué las señales para que no tuvieras que sufrir. No podía permitirlo después de todo lo que me has dado: protección, cariño, compañía, amistad. Aunque lo duro de verdad para mí, ha sido éste verano. Aquella casa no es la misma sin oírte ir a la cocina a beber agua, arrastrarte bajo el sofá cama del salón o respirar en mi lado de la cama. No negaré que el último verano que fuimos juntos, tu y yo nos dimos cuenta que los paseos eran más cortos y entrar a la “Dolce” era un pequeño pero necesario suplicio. Cada rincón del Algarrobico echa de menos tu olisqueo y yo derramé una lágrima por cada segundo que allí pasamos juntos.

Desde que te fuiste, no he vuelto a ser la misma persona. No he cambiado, no quiero decir eso, pero no creo que vuelva a ser el de antes. Muy poca gente puede entender que, para mí, fue la primera pérdida cercana, que para mí no eras una mascota, sino parte de mi manada. De hecho somos ahora una manada porque tú nos lo has enseñado, y ten por seguro que mis hijos así lo sabrán. Por ese motivo, no está en mi cabeza ni en mi voluntad adoptar otro amigo como tú, porque cada vez que miro a tu rincón favorito y pienso en ti, una lágrima de pena y rabia baja por mi mejilla, porque me gustaría haber podido detener el tiempo, aquella tarde lluviosa en tu sitio favorito, “el paraíso de las pompas”, y que hubieras podido explotarlas una y otra vez por toda la eternidad.


Hace un año, las lágrimas no me dejaban ver que no era el único en sufrir. Ysa, y sobre todo Gonzalo, notaron tu partida y no supe estar a la altura, más bien era una carga más. Ya ha pasado un año y han pasado muchas cosas. Conoces a Darío, aunque no pudiste verle la cara… Te habría encantado su sonrisa y lo mucho que se fija en su hermano para todo. Gonzalo ya es un pequeño “adulto” que empieza en el cole de mayores… Lo que habría fardado allí contigo recogiéndole, no lo sabe nadie. Casi tanto como aquella tarde en la que, ya mayor y cansado, le plantaste cara a aquel perro enorme que se marchó al verte cuadrado entre él y el carro de Gonzalo. Ese día presumí de amigo, te dije que te quería y te ordené que no te marcharas nunca. No pudiste hacerme caso. Obedecer nunca fue tu fuerte.