Otra tarde perdida en ese sofá negro que gobernaba el salón de
casa de mi madre, sin ganas de pensar en nada. En aquella época estaba bastante
harto de las mujeres y su facilidad para jugar conmigo (con el tiempo he
descubierto que era todo culpa mía), no quería ni salir por ahí,
solo quedarme tranquilo en casa... Me estaba echando una siesta, cuando ella
entro como un huracán, con su pelo corto rubio, arañándome el pecho y
llenándome la cara de lametones... Fue su carta de presentación y ya nunca se
fue de nuestro lado. Madre dijo entonces que no la quería en casa, porque
sabía que si se la quedaba, la iba a querer más que a sus propios hijos... nunca
la creí, hasta que me lo ha demostrado hace muy, muy poco.
Antes de mudarnos, decidí que era el
momento de vivir una nueva aventura sólo, así que pedí ayuda a mi padre y
alquilé un piso muy cerca de cuatro caminos. Mi hermano Jose se vendría
conmigo, así que empecé a llevar cacharros como la tele, un colchón, etc. La
primera noche en el piso nuevo la pasamos ella y yo solos, en una casa completamente vacía, arropados en un
colchón tirado en el suelo, frente a una tele que no se podía ver. Nos hicimos
compañía ante el vacío y la oscuridad que ocupaba mucho más espacio que lo que teníamos... nuestro lazo se estrechó un poquito más.
Allí tuvimos buenas épocas: salía a la
ventana a tomar el sol, ante el asombro de muchos vecinos; decidió que había mejores formas de cortar un jamón e incluso me sorprendía cada mañana su
capacidad de robar el papel higiénico casi sin que nos diéramos cuenta.
Pero lo mejor fue cuando llego Turco a casa y se convirtió en compañero de juegos. El destrozo era doble, sus escapadas por el portal, legendarias, y lo mejor que hicieron juntos fueron 11 cachorros, entre los que esta Noa. Aun recuerdo aquella tarde de agosto, ella no podía más, y sus ojos me dieron permiso para romper la bolsita en la que estaba Noa porque ella no podía. Era la diferencia entre respirar o no, entre vivir o no... Creo que hacerle caso fue lo mejor de aquella tarde...
Pero lo mejor fue cuando llego Turco a casa y se convirtió en compañero de juegos. El destrozo era doble, sus escapadas por el portal, legendarias, y lo mejor que hicieron juntos fueron 11 cachorros, entre los que esta Noa. Aun recuerdo aquella tarde de agosto, ella no podía más, y sus ojos me dieron permiso para romper la bolsita en la que estaba Noa porque ella no podía. Era la diferencia entre respirar o no, entre vivir o no... Creo que hacerle caso fue lo mejor de aquella tarde...
13 perros en casa, ni más ni menos. La
palabra locura se queda corta. Ahí experimenté lo que es dar de comer a los
cachorros cada 3 horas y ponerles un lazo para diferenciarlos (ya se encargaban
ellos de quitárselos y volver a ponerse en la cola). Si no es por Miguel y por
tu madre, no sé qué habría hecho yo solo... Tras el parto se
puso muy enferma y necesitaba descansar y, aunque ella pensaba que era mejor
hacerlo sobre los cachorros, conseguimos que lo hiciera, pero mejor junto a ellos. Al final el trabajo
más duro fue de Jose y Sole, tuvieron que entregar uno por uno los 10 cachorros
para que vivieran una vida mejor...
Tiempo después, tuve que decirle adiós.
Ysa y yo nos íbamos a vivir juntos y Turco vendría con nosotros. No sé si lo
encajó bien, desde luego cada vez que la veía no me recordaba que la había
dejado atrás y separado de Turco. Al contrario, se mostraba contenta como la
primera vez que nos vimos. Noa se fue con ella y permanecería al lado de su
dueño, a quien quería con locura: Mi hermano Jose.
Dicen que el tiempo es el único juez que
pone a cada uno en su sitio, pero también es el responsable de nuestro
envejecimiento y nuestra degradación. Por muy rápido que seas, la edad siempre
te da el alcance, y eso le hizo a ella. Primero los bultos, luego los huesos,
los dolores, los achaques, y por último una lesión que hizo que dejara de ser
ella, que no disfrutara de su merecido descanso y que sólo le causaba
sufrimiento...
Yo apoyé a mi hermano en su decisión, hay
que ser muy valiente para dejar de pensar en uno mismo. Hay que querer mucho a
alguien para saber qué es lo mejor para ella y hay que tener la tranquilidad
que sólo ella podía transmitirle con la mirada. Cuando nos lo dijo, me acerqué
a ella, la miré a los ojos, y volvió a darme los lametones del primer día. Le
pedí perdón porque el tiempo no quiso que pueda conocerte... Pero una cosa es
segura hijo, yo te contaré su historia... La historia de la rubia más dura del
barrio, la más vital, la que lucho y defendió a los suyos hasta el último
día... Yo te contaré la historia de Nala...
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