Ayer hacía 6 años que me lesioné la rodilla en mi pleno
apogeo rugbístico (vale, nunca ha sido tal, pero ya iba todo para arriba). Fue
un proceso duro que cambió mi forma de afrontar los problemas y me enseñó a relativizar
un poco todo… De no ser así, hoy sería un poco más insoportable.
Lo primero fue darme cuenta de que estaba lesionado, y de lo
mucho que iba a perderme con la operación. En ese momento de mi vida, el rugby
era lo más importante de las cosas menos importantes en la vida, pero no estaba
dispuesto a dejarlo así como así… con el tiempo descubrí que, en ese preciso
momento, él me estaba dejando a mí…
El seguro privado de mi beca Finnova, hizo que me fuera más
fácil operarme. Fue en una clínica privada de Arturo Soria y no fue precisamente
bonito. Para empezar el anestesista dijo que una aguja de casi 40 cm no me
llegaría para ponerme la epidural… ahí estaba yo, desnudo en una camilla junto
a una enfermera y un viejo que decía que necesitaría un taladro para
anestesiarme… en fin. Esperé lo que a mí me pareció una eternidad, y al fin
pasé al quirófano. Mentiría si dijera que no me dormí (no fruto de la
anestesia, ya que no era general), pero las pesadillas me despertaron en medio
de la operación. Estaban hurgándome en la rodilla mientras enrollaba la sábana
junto a ella… resulta que era mi pierna al fin y al cabo. Menudo moratón…
El día siguiente a la operación no será tampoco recordado
por apacible; a los nervios de mi madre y los de Ysa, los intentos de ambas por
complacerme y un infructuoso viaje en solitario a los servicios (los 3 metros
más largos de toda mi vida), había que sumarle los intentos de un ocupado
doctor para que pudiera doblar la rodilla. Aún me sobrecoge pensar lo mucho y
fuerte que lo intentaba y cómo las lágrimas caían por mi mejilla, mezcla de
impotencia, rabia y dolor. Aludiendo a mi “potente musculatura” el educado
doctor excusó que no pudiera siquiera plegar la rodilla unos centímetros… Mi
mundo dejaba de girar y empezaba a hacerlo mi cabeza…
La rehabilitación fue durísima, pero ver que poco a poco
dejaba las muletas y conseguía plegar la pierna casi en su totalidad (tampoco
es que antes fuera una gimnasta), alegraban mis sesiones e iluminaban la meta:
volver a jugar. Fueron los 6 meses más deportivamente duros de mi vida. Entre
sesiones me escapaba a ver los partidos de mi equipo y quería arrancármelo todo
y salir a morir con mis hermanos… La paciencia nunca fue una de mis virtudes.
Fue una inmensa alegría volver a vestirme de corto, volver a
placar, empujar en melé, correr, percutir… hasta que un giro en la otra rodilla,
un ligero crujido como el de los nudillos, hizo que se me enfriara la sangre.
No me había vuelto a pasar lo mismo, era sólo un esguince; pero el miedo se
reflejaba en mi rostro mientras mi hermano Jose, con lágrimas en los ojos, me
gritaba exigiéndome que dejara de jugar… nunca le había visto tan enfadado… Era
el segundo aviso que me daba el rugby, quería cortar conmigo, y no sabía cómo
decírmelo…
Han pasado 6 años de todo aquello, y ahora juego partidos de
veteranos, algún torneo de playa y partidillos de fútbol sala todas las semanas
que puedo. Ayer justo teníamos uno, estrenaba botas y todo iba bien. Un regate
largo y un pisotón a Manu… No apoyé del todo por no hacerle daño… Una ligera
molestia por no dejarme caer y no apoyar bien… Seguí jugando con molestias, pero al final del partido, ella me hacía
recordar que era su sexto cumpleaños y no le había hecho caso.
Esta mañana sigo con molestias y muchos antiguos fantasmas
han rondado mi cabeza durante toda la noche. Sé que no es ni un esguince y que
el lunes vamos a machacar a los modalios (al menos un golito meteré), pero uno no controla los recuerdos ni
los sueños. Menos mal que conservo la rodillera de aquella época y la llevo
puesta. Relativizando, en mi nueva rodilla no tengo nada. Los recuerdos casi
nunca pueden hacerte daño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario